Llegaron las fechas festivas de Semana Santa y con ellas, un propicio momento para disfrutar de la naturaleza en ebullición, recorriendo diferentes lugares de nuestra geografía vasca.
Como primera salida de estos viajes ornitológicos elegimos adentrarnos por el corazón de Bizkaia, en concreto al Parque Natural de Gorbeia, situado en el límite sur del territorio bizkaitarra. Este espacio natural, el de mayor extensión del País Vasco (20.016 ha), es compartido por Álava y Bizkaia, siendo la parte alavesa la de mayor superficie y en la que se ubica la mítica cumbre del Gorbeia.
El objetivo que nos marcamos era recorrer dos parajes destacados de la vertiente Bizkaína del parque: el Humedal de Saldropo y el contiguo Hayedo de Otzarreta.
La mañana había amanecido muy nublada, pero no nos desanimamos y nos dirigimos en coche hasta llegar a las rampas del puerto de Barazar y una vez en lo alto del puerto, decidimos dar tiempo a que se fuera disipando la bruma que dominaba el firmamento propiciando un ambiente muy húmedo. Realizamos una breve parada técnica en la amplia explanada de parking para tomar un café en el bar del puerto. Desde la ventana observamos a un trío de golondrinas comunes (Hirundo rustica), posados en un cable.
Enseguida nos volvimos al coche para continuar hasta el humedal, del que distaban unos escasos 4 km. Por una pista forestal con buen firme pero sinuosa, llegando así, al bonito paraje de Saldropo.
El Humedal de Saldropo no es el típico hábitat que nos imaginamos cuando hablamos de un humedal: lagunas, balsas o marismas, sino que se trata de una turbera ácida: es decir un ecosistema acuático pantanoso que se forma por la acumulación de turba, un tipo de carbón vegetal (el de menor pureza y poder calorífico) que es resultado de la descomposición de restos orgánico. Son terrenos encharcados o con la capa freática del acuífero se sitúa muy próxima a la superficie durante todo el año. El suelo de este tipo de biotopos es muy pobre en oxígeno y su capa de agua es muy baja en oxígeno.
La turbera durante estas últimas décadas se ha naturalizado recuperándose su valor ecológico después de que dejara de explotarse a mediados del siglo pasado.
Al llegar, ya evidenciamos que es un lugar con encanto, un área protegida y vallada de algo más de 5 ha. Antes de empezar a recorrer el sendero perimetral, permanecimos un rato observando a unos cuantos passeriformes que merodeaban entre los matorrales aledaños. La presencia de petirrojos europeos (Erithacus rubecula), mirlos comunes (Turdus merula), pinzones vulgares (Fringilla coelebs) y el canto de las currucas capirotadas (Sylvia atricapilla), y un chochín (Troglodytes troglodytes) eran los primeros indicios de vida ornítica de nuestro paseo.
Nos adentramos también, en el pinar situado a la derecha de la pista forestal porque de fondo se escuchaba el repetitivo y monocorde trino del cuco (Cuculus canorus).
Animados por las buenas sensaciones con las que habíamos iniciado la excursión, tomamos el sendero deteniéndonos junto a la pequeña parcela en que se halla una borda, a los pocos metros de iniciar el camino. Observamos que en dicha parcela un acentor común (Prunella modularis) buscaba invertebrados entre la hierba. Al mismo tiempo, en el mismo lugar, en las ramas recién brotadas de un árbol, se perseguían cuatro inquietos reyezuelos listados (Regulus ignicapilla) y cerca de allí se escuchaba el canto del carbonero común (Parus major).
Retomamos el sendero pero volvimos a dedicar unos instantes a otro simpático pajarillo: un petirrojo nos vigilaba desde un tocón, dejándose mirar perfectamente y con su pecho de un anaranjado lustroso. El itinerario es bastante llano y cómodo para caminar. A los pocos cientos de metros se sitúa una edificación en la que están instalados paneles divulgativos sobre la fauna y flora de este espacio natural. También desde ese punto, nos pudimos asomar a vislumbrar la extensión de la turbera: un tapizado mullido de musgos y esfagnos con zonas bajo las que se adivinaba la presencia de agua.
Mientras avanzábamos comprobamos que el concierto de trinos y el merodeo de passerines era abundante, pudiendo otear mitos (Aegithalos caudatus), escribano soteño (Emberiza cirlus), mosquiteros comunes (Phylloscopus collybita), zorzal común (Turdus philomelos), verderones comunes (Carduelis chloris), lavanderas blancas (Motacilla alba), cornejas negras (Corvus corone) y el relincho y posterior vuelo de un pito real ibérico (Picus sharpei).
Pero si una especie suscitó esa brumosa mañana todas las atenciones y nos robó todas las miradas fue el siempre bellísimo y espectacular camachuelo común (Pyrrhula pyrrhula), ya que hasta 5 parejas y otro macho en solitario fuimos viendo en otros tantos tramos distintos del sendero. Se hallaban muy activos y fáciles de avistar tanto en las ramas con brotes incipientes de los árboles y arbustos y también incluso bajando al suelo. Esta múltiple y numerosa presencia de un ave que aunque común no hemos tenido la fortuna de observar muchas veces, nos permitió disfrutar de lo lindo de su hermosísima librea, con su especial color asalmonado de su pecho, en el caso del macho,- no queremos por supuesto discriminar a la hembra, también bellísima -, pero el refulgente color del macho es una visión siempre a todas luces inolvidable y digna de retratar en fotos o dibujos para el cuaderno de campo.
Otras observaciones destacadas fueron también los carboneros garrapinos (Periparus ater), carbonero palustre (Poecile palustris) y ya al final del recorrido el vuelo huidizo del arrendajo euroasiático (Garrulus glandarius).
Tras reponer fuerzas en los habilitados merenderos y añadir a la lista a una decena de buitres leonados (Gyps fulvus), nos desplazamos al anexo hayedo de Otzarreta, un bello y fotogénico bosque que ha sido utilizado como imagen de la naturaleza de Euskadi, en multitud de eventos, campañas, publicaciones y ferias de tema turístico.
Sinceramente lo merece por la singularidad de sus ejemplares de hayas trasmochas, con sus ramas en forma de candelabro, podadas y modificadas por su uso por el ser humano desde antiguo para la producción de carbón vegetal. Aún no presentaban su aspecto más espectacular, estando todavía sus ramas desnudas con las yemas y primeros brotes recién formadas.
No es un bosque grande, es más bien recoleto y rodeado también de bosques de coníferas alóctonas pero en el que al menos nos dio tiempo de ver varias especies de aves, algunas de ellas , como los agateadores europeo (Certhia brachydactyla) y el busardo ratonero (Buteo buteo) completaban la lista de observaciones del gratificante día. Una jornada de pajareo muy interesante recorriendo otro paraje más de gran valor y belleza.
Texto y fotos: Ana Mar y J.Javier
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